LISANDRO NO SE VA (Capítulo 1)


La broma la empezó Coudet, el técnico de Racing, con el pudor de los deportistas cuando hablan frente a cámara: “no se va... ¿a dónde va a ir? La gente tiene que estar tranquila. Ya le estamos por sembrar alguna tarucha, algunos dorados también en la pileta, aprovechando que todavía no es temporada…”. Se reían juntos, el técnico y el periodista, en los pasillos del club. 

La misma cámara se acercó al vestuario, donde estaba Zaracho, el mediocampista carismático de Racing. Sin haberlo escuchado, Zaracho siguió la broma de Coudet: “le van a cerrar todas las puertas del club. La de la calle Corbata, y la otra también se la cierran… Olvidate, no lo dejan salir”. El periodista lo sabía: Zaracho y Coudet eran cómplices, en el humor y en esta urgencia. Lisandro salió del vestuario y pasó por detrás del periodista, con una sonrisa que los dejó en silencio.

Terminaba octubre, Racing se había quedado afuera de la Copa Libertadores y ya era imposible salir campeón de la Superliga, el torneo local. Había que pensar en el futuro, y el futuro era Lisandro. Pese a no haber cumplido el objetivo de darle un título al club, con el que entró a Racing tres años atrás, seguía liderando al equipo, haciendo goles, dándolo todo a cada partido. La gente iba a la cacha para verlo jugar a él, para aplaudirlo, para ovacionarlo. Pero con 32 años, el final de la carrera para muchos futbolistas, no confirmar su continuidad era confirmar su retiro. Y la gente comenzaba a preocuparse…

En noviembre Racing jugó contra Gimnasia. Lisandro marcó dos goles y fue figura otra vez. Al final del partido, en los corredores del club, el periodista encontró a Lisandro caminando al micro con el que había llegado a La Plata junto a sus compañeros. Se acercó y Lisandro se detuvo, mirándolo con la sonrisa de siempre. “¿Lo confirmamos, le podemos dar una alegría a la gente?”, preguntó el periodista. A lo que Lisandro respondió evasivo: “jugamos bien y ganamos, eso es lo importante y lo que deberíamos estar festejando”.

Llegó diciembre, y llegó el último partido del torneo local, contra San Martín, en cancha de Racing. Apenas empezó, la hinchada reaccionó a la inaguantable incertidumbre. Gritaban desde la tribuna: “¡no se va, Lisandro no se va, Lisandro no se va, Lisandro no se va!”. Festejaban cuando tenía la pelota, cuando corría para recuperarla, gritando con el pecho, sonriendo con los ojos.

Sin motivos tácticos, ni físicos, Coudet sacó a Lisandro antes de que terminara el partido. Es un gesto clásico de los técnicos de fútbol para concentrar la atención en un jugador, y Coudet quería concentrarla en Lisandro. Todo el estadio era de Racing, y la gente se dejaba las manos en los aplausos. No habían ido a ver a su club salir campeón de ningún torneo, de ninguna copa, habían ido a ver a Lisandro, quizá en su último partido, y lo único que podían hacer para devolverle el calor, la esperanza que ese hombre les había hecho sentir esos últimos años, era aplaudir.

Lisandro también aplaudía, trotando hacia el lateral. No se demoró ni siquiera en su momento de mayor reconocimiento. Trotaba. Y trotó hasta la línea, y aplaudió al público. La hinchada negaba con la cabeza, se miraban entre ellos buscando explicaciones. Los jugadores lo seguían con la mirada. Los suplentes se pusieron de pie. Lisandro sonreía. “Es de otro planeta”, se escuchó en la tribuna.

Al final del partido, el mismo periodista lo buscó por todo el estadio. Lo encontró en el garage, saludando a uno de seguridad con una sonrisa, junto al portón. Caminando lento hacia su auto, con su bolso colgando. Lo corrió junto al camarógrafo, se acercó y lo arrinconó decidido a obtener una respuesta: “¿seguís pensando qué vas a hacer?”. Lisandro evadía las preguntas, pero esta era directa, y transmitía la sensación de la gente. “Sí… estamos conversando, ahí, a ver si extendemos un poquito el vínculo. Siempre hay tiempo para analizar el futuro, así que…”.

Algunos fanáticos lo esperaron a la salida, para verlo, para saludarlo. Detrás de las bayas Lisandro extendía los brazos en señal de triunfo. “Sigue jugando como cuando debutó. Con esas ganas, con ese amor por Racing. Y bueno, a nosotros nos transmite eso”, decía un hincha, cerebral, más tarde frente a la cámara. El que lo acompañaba estaba más entregado… “Licha gracias, gracias por todo. Y espero que nos cumplas el sueño…”  A Lisandro le dicen Licha, cariñosamente…



El viernes 21 de diciembre era el último entrenamiento de Racing. Nadie sabía si Lisandro volvía al club al año siguiente. Había pedido que lo dejaran pasar las fiestas tranquilo para pensar si renovaba el contrato o si se retiraba. Era un pedido atípico y despertaba ansiedad, y en algunos, incluso sospechas. Había quienes estaban determinados a que la única opción fuera que se quede. Durante todo el día sucedieron cosas inexplicables en Racing…

A primera mañana, llegando al entrenamiento, Lisandro saludó al guardia de la puerta de la calle Corbata con la sonrisa habitual. El evasivo esta vez era el guardia, que ni siquiera pudo mirarlo a los ojos. Tampoco sonrió ante la broma que Lisandro hizo mientras bajaba del auto, sobre pasar las vacaciones en pie. Con la mueca del rencor, cuando Lisandro ya dejaba el garaje, le respondió que no tendría vacaciones. Lisandro alcanzó a escuchar. Arrepentido, le hizo un gesto de disculpas, a lo lejos. El guardia no lo vio: cerraba el portón y le pasaba candado.

El resto de los jugadores, en el vestuario, sí sonreían. Los mismos rostros que durante los últimos meses se mostraban abrumados, parecían de repente aliviados. Algunos con más trabajo que otros. Los mismos compañeros que ocultaban la preocupación en bromas sonsas, que evitaban incomodarlo con la tensión de la incertidumbre, ahora lo saludaban exhibiendo gestos de cortesía: le abrían la puerta, lo dejaban pasar primero, le cedían el lugar. Y cambiaban las bromas por adivinanzas.

Zaracho se acercó a Lisandro, sentado, atando sus botines, y le preguntó con quién pasaba las fiestas. Lisandro dejó sus botines en el suelo, se puso derecho y lo apuntó con una mirada que  Zaracho encontró penetrante. Se hizo un silencio en el vestuario. Con el asalto de esa mirada, a Zaracho le resultaba imposible distinguir si Licha pensaba que la pregunta era inapropiada o que la respuesta era obvia. Entonces reformuló, como en un juego: “si tuvieras que elegir, con qué jugadores o gente del club te gustaría pasar el 24 y el 31”. Lisandro esta vez sonrió en silencio, y todos allí sonrieron con él. “Es un suponer”, completó Zaracho con un hilo de voz, como con temor a ser descubierto. Lisandro, recorriéndolos con la mirada, dio la respuesta evidente, la más temida: “con todos”. Algunos jugadores sonreían aun más, incómodos. Arias, el arquero titular, golpeó el guardarropas detrás suyo. Zaracho volvió a preguntar, para confirmar. “¿Con todos, todos?” Lisandro, esta vez serio, se puso en pie y volvió la vista a Zaracho: “por supuesto, somos un equipo…”. El plantel completo lo rodeaba, asintiendo en silencio.

Más tarde, mientras todos los jugadores trotaban al rededor de la cancha, calentando, Coudet, hablaba por teléfono en el mediocampo. Se giró a la platea alzando las manos, con un gesto impaciente. Allí, los dos hinchas que días atrás hablaban a cámara, miraban el entrenamiento. Uno de ellos, con un teléfono en la mano, hacía gestos a Coudet. Marcaba diferentes tamaños con las manos, hacía gestos de mordiscos, señalaba el interior del club.

Coudet, resignado, colgó y guardó el teléfono. Cuando Lisandro pasaba cerca, suspiró y lo llamó con un gesto. Seguía molesto, pero al ver a Lisandro frente a él impostó una sonrisa, como si fuera parte de un acuerdo. “Los muchachos de la barra te quieren hacer un regalo, Licha… Pero hay que tomar una decisión… ¿Tarucha o dorado? Porque parece que los dos juntos, aislados, se comen entre ellos”.

Lisandro miró a los muchachos en la platea, que lo saludaban, a lo lejos. Miró al suelo, tomándose unos segundos, como si estuviera pensando la pregunta. Luego miró a Coudet, pero no supo qué responder. "Bueno, no te preocupes", siguió el técnico, "si querés los dos, algo vamos a inventar". Le dio una palmada y se fue caminando hacia la platea, hablando con gestos con los dos hinchas. A Lisandro se le borró la sonrisa por primera vez en el día.




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