La vida a los Bocinazos

Para los porteños, el uso de la bocina es inevitable. Más aún: es incontrolable, y a veces imprescindible. No sabemos por qué, pero la usamos para todo.

Estará de acuerdo conmigo, si es un auténtico porteño, que en un accidente automovilístico uno pocas veces tiene tiempo de frenar, ¡¿va a tener tiempo de tocar la bocina?! ¡No! Así que para eso no la usamos. Está pensada más bien para festejar que un equipo salió campeón, que otro perdió, que nos casamos, que nos divorciamos. Para avisar que llegamos o para saludar cuando nos vamos.


Hay ritmos para cada una de estas situaciones, y aunque no se pueden componer melodías con una única bocina, porque suena siempre en un mismo tono, con la colaboración de algún otro automovilista se pueden lograr cosas maravillosas. Es cierto que los colectiveros hacen trampa, porque en algunos casos ellos sí disparan melodías, pero con tanto tiempo por día en la calle tienen justo derecho a un solo y permitidas otras barbaridades.


Claro que el uso de la bocina no se reserva sólo para asuntos festivos o para gestos en los modales ciudadanos, se usa sobre todo como herramienta para la educación. Sí, a pesar de los insultantes rumores de los mal pensados que nos tildan de groseros, los porteños somos, sea dicho de una vez, educados, tanto como generosos, y queremos que los demás también aprendan. Así que la usamos para instruir al ignorante que maneja delante o al lado. ¡Estamos rodeados...! Pero tenemos la oportunidad de educarlos, al menos "vialmente". Así que tocamos bocina para corregir al que se cruza de carril sin guiño, el que frena de golpe, el que se para en doble fila o el que se cuelga en un semáforo con el celular. Algunas veces, cuando nos trasladamos por la ciudad, también la usamos para dar aviso de toda maniobra que el conductor de adelante, de atrás o de al lado debería estar observando y no observa, y por sobre todo, para observar cualquiera de sus maniobras.


Es imposible no mencionar en este apartado a los peatones, a los motociclistas, y a la nueva pandemia: los ciclistas. Los bocinazos ellos los perciben de forma diferente. Algunos dirán que sólo más fuerte. Yo pienso que deberían recibirlos con agradecimiento, ya que es por el bien de ellos que se los ofrecemos, para que se incorporen a nuestro tránsito como es debido. Al fin y al cabo son los más vulnerables, y es una forma de protegerlos de tanto riesgo que hay en la calle. Sí, un acto de amor desinteresado. Y así nos contestan...
Es imposible no dejar al margen de este apartado a los taxistas. Son, junto con los mayores de 70 al volante, quienes menos utilizan su propia bocina y parecen ser inmunes a su sonido cuando proviene de otro auto.


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Desde luego, el uso más curioso, y a su vez el de mayor utilidad, (¡que se burlen los escépticos!) es el “bocinazo mágico”. Usted sabe de lo que hablamos… Es una superstición que se lo llamen "mágico", porque esto es un asunto de acción y reacción. Pero... la ingenuidad también tiene cabida en esta ciudad. Lo explicamos aquí, con un ejemplo, porque siempre hay un distraído.


Pongamos por caso que estamos a mitad de una cuadra larga y repleta de autos. Saturada. Nada se mueve. No se ve más que un tumulto de coches, una mínima línea en fuga repleta de motores y ventanillas que entra a serpentear y se hace confusa. Los más comprensivos empezamos a sospechar que algo está sucediendo ahí delante. Déjeme ser franco por un segundo: la verdad es que no importa; no necesitamos ver nada, ni suponer nada, porque no hay nada que comprender. No interesa si el tránsito está atascado porque atropellaron a alguien, porque hay un bache, si está reducida la calzada porque están “fabricando” más bicisendas, porque hay un intento de suicidio desde un séptimo piso, o si está cortada la calle por una manifestación. No importa, porque estamos apurados. El verdadero porteño nunca tiene tiempo. Y no importa, sobre todo, porque tenemos entre manos y delante de nuestros ojos la solución: la bocina, ¡el “bocinazo mágico”! Y es tan sólo cuestión de apretar.


Entonces, presionamos la bocina, primero de forma intermitente. El timbre que tenga, y su registro, marcarán ciertas diferencias, pero eso es otro asunto. Después de un tiempo, que generalmente medimos por el grado de nuestra euforia, y si nada sucediera, presionamos a fondo y de forma contínua. Al máximo. Disfrutando… Aquí otra verdad sobre el bocinazo que los filósofos no se cuestionan, otra sensación que los poetas no han traducido en versos, y otro placer que los psicólogos no… no han hecho eso que hacen ellos con estas cosas: el bocinazo relaja. Lo hace de una manera particular, por supuesto. En situaciones evita complejizar los traumas, cuando actuamos de forma rápida (el bocinazo inmediato, frontal, transparente, auténtico). Otras veces, llegando a los límites de la histeria, como una verdadera obra de arte da lugar a la catarsis (el bocinazo prolongado, furioso, eléctrico, premeditado).


Nadie se anima a decirlo, pero estoy seguro que si el caso lo estudiaran los científicos, o los médicos, nos encontraríamos con que previene enfermedades, disminuye el riesgo de contraer cáncer, hace bien a la piel, y al pelo, y otro montón de cosas (además de que no te deja con el olor y la viscosidad del aloe vera). Podríamos incluso formalizar las bocinoterápias urbanas, el Gobierno de la Ciudad las absorbería al instante y los japoneses las imitarían y perfeccionarían.
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Pero volvamos al tema central, al ejemplo que nos atañe: estamos atascados en una fila inerte de autos, y hemos intentado el bocinazo intermitente sin resultados. Quizá le provoque respirar profundo, probaremos ahora el bocinazo sostenido (el verdaderamente mágico). Insisto en que es aquí donde más se nota el timbre y el registro de nuestra bocina, quedando en evidencia la marca del auto que tenemos, ergo, nuestro estrato social. No se preocupe, que cualquiera puede participar. Porque necesitamos de usted. Si en este ejemplo usted va en el auto contiguo, súmese. Mientras más seamos tocando bocina, más poderoso el efecto. ¡Presione con fuerza! El bocinazo mágico muchas veces es una tarea colectiva. Eso sí, le advierto: procure hacerlo con los vidrios cerrados, porque afuera está sucediendo la magia, y resulta un poco escandalosa. No haga caso a las quejas del resto de los transeuntes fuera del habitáculo, poco saben los pedestres de su gran cometido.


En segundos, y por este efecto infalible de acción y reacción, se soluciona lo que sea que esté pasando ahí delante y se recupera la marcha de la calle a una velocidad aún mayor de la que antes tenía. Y siéntase aliviado, que si esto no ocurre, sólo es cuestión de repetir la operación.

Ángel Ermida con Ache

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