Una Obra Llamada Escritor

sobre Un Tranvía llamado Deseo, de Tennessee Williams

La vida de un escritor es, a la vista de sus lectores, la suma de todas sus obras. Una manera sencilla de comprobarlo es atender a que en toda biografía de un autor, el biógrafo (inspirado en el interés del lector) configura todo hecho en torno a las fechas en que fueron escritas o publicadas sus obras.
Caben excepciones en las que resultan más importantes que las obras, o al menos las revalorizan, los contextos en que se desarrollaban, las anécdotas que las rodean, un detalle en la vida del escritor (un accidente importante, estuvo preso, fue mártir o se casó 12 veces) o en su muerte (lo asesinaron en la calle, se suicidó en el mar). Por supuesto, las obras que precisan de esta revalorización como anexo son, coincidentemente, las menos perdurables. 

No solo es la forma por la que conocemos el carácter y el punto de vista del autor, una obra es también la manera en que él nos enseña algo de nosotros mismos, en los mejores casos.
Con lo anterior expuesto, ya no es preciso aclarar que el propósito de este artículo no es divulgar confidencias por todos conocidas e inmiscuirnos en asuntos personales, sino el abarcar una interrogante, y ensayar una respuesta: es posible un caso en que la vida de un escritor esté reflejada en su propia obra, exceptuando las autobiografías. Pero, ¿es posible que un escritor cree una obra, y luego apegue su vida a las peripecias que en ella ha descripto? ¿Es posible que todo hecho (o los más importantes) de su vida quede no sólo apegado a la fecha y la importancia de su obra, sino estrictamente restringido por ella, condicionado e incluso premeditado (con carácter premonitorio)? En palabras más sencillas: ¿es posible que la obra de un escritor, adelante detalles de su propia vida, y revele hechos aun no vividos y acaso insospechados por el autor, trazando su propio destino?

Entre los rumores sobre la vida privada de Tennessee Williams, hay uno que ha sido desmentido por él mismo, lo que implicó, en el conveniente juicio tendencioso de los críticos, aun más sospechas: el personaje de Stanley, en Un Tranvía llamado Deseo, fue inspirado en la figura de su amante por aquellos días, Pancho Rodríguez González, un hombre tosco, masculino y de mal carácter.
Existen más detalles sobre los roles de esa obra. Lo confirmado por el hermano del autor en una entrevista para una estación de radio norteamericana, tiempo después de su muerte, es que la personalidad de Blanche es similar a la del mismo Tennessee. Declaró que la similitud entre ellos se representa en su forma de ver la vida, ya que uno nunca sabía cuándo Tennessee decía la verdad. La frase “a mi no me interesa la realidad, yo lo que quiero es magia”, que inmortalizaría la película dirigida por Elia Kazan, demuestra ese punto de vista.

Williams tuvo que enfrentarse a críticas mordaces durante toda su vida, y en especial en sus últimos años, quizá los de menor creación, repetición de recursos y modificaciones de sus propias obras. Es probable que alguna de esas críticas fueran ataques para desmerecer la obra de un autor desprejuiciado, crítico de la sociedad y de los tabúes de la época, y para colmo, consagrado. 
Pero entonces, si Tennessee Williams estaba reflejado en Blanche, podemos imaginar por un instante que era Mitch el lector de sus últimos trabajos, que ya no sustenta sus encantamientos y sólo le parecen trucos de magia. O bien, si Blanche acabó en un manicomio por el favor de un hombre capaz de la crueldad premeditada, ¿pudo ser Stanley un crítico que aprieta sus dientes al escribir fríamente sobre Williams; al marcar el destino que tendrán sus últimos años de vida? Siguiendo con el mismo razonamiento: ¿escribió Tennessee Williams su propia vida en esta obra?

Tennessee quiso ofrecer su magia, pero no siempre permitían sus trucos. Por motivos de censura tuvo que adaptar una escena de su obra al llevarla al cine. Se trata de la confesión de Blanche a Mitch sobre el suicidio de su marido. En la película nos enteramos que Allan se mata por ser un hombre débil, y porque su mujer lo desprecia; en la obra, más controvertida y acaso por eso modificada, sabemos que Allan acaba con su vida cuando su mujer descubre su romance con otro hombre.

Fue también debido a la censura de la época, esta vez afectando la obra de teatro, que la escena de la disputa final entre Blanche y Stanley, en la que cabe una violación, estuvo a punto de ser omitida en las representaciones de la calle Broadway. De no ser por la insistencia y aprobación del público que sí la había presenciado, pudo ser reemplazada por un Réquiem con un grupo de personas hablando en un bar sobre lo que escucharon y vieron la tarde en que Blanche fue llevada al manicomio, y además, lo que se supone que ocurrió la noche en que Stanley y Blanche quedaron solos en la casa. 
El bar, de nombre “Rumores”, da título a la escena que Williams preparó con alarmada prevención y cierto fastidio, la noche en que la censura estuvo a punto de llevarse a cabo por la policía de Nueva York, y que solo una hora antes de la función fue desarticulada. De menor calidad que el resto de la obra, el fragmento se mantuvo en completo desconocimiento, hasta que años más tarde fue publicado, contra la voluntad de su autor, junto con Un tranvía llamado Éxito, un artículo de su autoría, en la sección Drama de la revista New York Times, un 30 de noviembre de 1947, de la cual consta un único ejemplar en la firma. De él, la transcripción de la escena, traducida y adaptada por el autor de este ensayo:

EL BAR RUMORES
Réquiem

La barra del Bar forma un ángulo de 90 grados con dos sillas a cada lado externo. En uno de esos lados están sentados Gonzalez y Ronney, compañeros de cartas de Stanley y Mitch. Por dentro, y en pie, el Barman.

GONZALEZ (ya bebido, al Barman) - Debiste ver a Stanley, mirándome fijo, como un animal de caza. Ese hombre atemoriza a un tigre. Y sólo porque Mitch lo acusó de haberla trastornado, y nosotros permanecíamos en silencio cuando se llevaban a la señorita Blanche.

Mientras ellos conversan, entra a la escena un hombre de traje y sombrero, Larry Jones, de la casa de empeños “Albee & Jones”, amparándose de la lluvia. Tras él, el joven cobrador de “Evening Star”, quien parece seguirlo sin mucho disimulo. Jones se sienta al lado opuesto de la barra, enfrentando a Gonzalez y Ronney, y pide un whisky al Barman. El joven, sin mejor coartada, se sienta a su lado y ordena una malteada de cereza.

BARMAN (a los muchachos) - ¿Y qué hay de Mitch?

RONNEY - Pensamos que lo encontraríamos aquí. (Reconoce al hombre de la casa de empeños y lo saluda con un gesto. Se dirige a él). ¡No hay mejor lugar para dejar pasar la lluvia!

JONES - ¡Para que pase la lluvia y el tiempo!

GONZALEZ (reconociéndolo también) - Usted llegó a la casa de Stan cuando nosotros salíamos, ¿no es así?

JONES - Así es. Hace tiempo que Stanley quería verme. 

RONNEY - ¿Y usted a qué se dedica, si no le importa la pregunta?

JONES - Mi socio y yo tenemos una casa de empeño. Él quería que estipulara el valor de un arcón repleto de...

RONNEY (interrumpiendo) - ¡¿El arcón de Blanche!? (Luego se da cuenta, y siente culpa de haber interrumpido).

JONES (con paciencia) - Ha de ser ese mismo... No mencionó de quién era, pero de seguro que era de una señora. 

GONZALEZ (un poco ebrio, sonriendo y levantando el vaso) - ¡Señorita...! 

JONES - Como fuera... Creí que solo quería fijar el valor que podían tener sus pertenencias, pero hoy quería empeñarlo todo.

(El JOVEN mira petrificado a JONES, con los ojos abiertos por el asombro).

GONZALEZ - Maldito Stanley, cretino. Siempre se sale con la suya. Esa mujer no necesitará nada más allí donde la llevan.

RONNEY - Yo no veo que lo haya hecho. No trae con usted ningún arcón...

JONES - Lo que allí había eran todas baratijas. Imitaciones, bijouterie, o vestidos de casas de renta. Nada que se pueda empeñar... nada de verdadero valor.

RONNEY - ¿Y qué dijo Stan a todo esto?

JONES - Al parecer lo sabía, o lo creía posible. Igualmente estalló de furia y comenzó a arrojarlo todo. 

GONZALEZ - Ese desgraciado... usted sabe, una noche quedó sólo en la casa junto a su cuñada, la señorita Blanche.

RONNEY (intentando detenerlo) - Oye, no es momento...

GONZALEZ - Deja que el señor lo sepa, que se entere todo el pueblo. (Retomando, a JONES) Una noche, cuando su mujer quedó internada para dar a luz a su hijo, ese cerdo hijo de perra...

RONNEY (interrumpe abruptamente) - ¡He dicho que dejes eso! 

BARMAN - Qué motivo tiene que él oculte lo que sabe. Se enterará de todos modos...

RONNEY - Es que él no sabe nada, son todas habladurías...

GONZALEZ - Entonces puede usted decir que se lo oyó a un borracho en un día de tormenta... 

(El joven recibe su malteada y duda si sentarse en una mesa o permanecer en la barra. Acomoda su silla, y consciente de que está de más en la conversación, mira hacia abajo con disimulo para poder oír).

JONES - No tengo intenciones de salir a contar lo que escucho en cada bar de cada pueblo al que visito.

RONNEY (restándole importancia al asunto) - Lo cierto es que Stanley descubrió que Blanche decía mentiras constantemente, y decidió deshacerse de ella. Y al parecer, también de sus cosas...

GONZALEZ (insistiendo) - Hablábamos de la noche en que quedaron solos en la casa. Esa noche la señorita Blanche salió a la calle gritando, pero volvió a entrar. Minutos más tarde, regresó Stanley del hospital y los gritos fueron más. Se oyeron ruidos de vidrios rotos, se registró una llamada sospechosa, e incluso una vendedora de rosas pudo ver que la señorita Blanche...

JONES - Por lo que escuché hasta ahora, usted intenta que yo mismo saque una conclusión de lo que ocurrió esa noche. (Todos guardan silencio). ¿Qué es lo que insinúa, si se puede saber directamente?

GONZALEZ - Maldición. No haga usted que lo diga.

JONES - Amigo: he oído de Stanley los más escandalosos comentarios con respecto a su cuñada, si bien no sabía que el arcón era una de sus pertenencias. También he oído a su propia mujer hablar de Stanley, cuando él intentaba venderme el arcón, y no fueron las palabras que a uno más le gustaría escuchar.

GONZALEZ (golpeando la barra) - ¡Ese maldito abusó de su cuñada!

(Se hace un silencio sepulcral en el bar. El joven cobrador mira con ojos abiertos a Gonzalez; Ronney deja caer su rostro sobre sus manos, con los codos en la barra; el Barman cierra los ojos y aprieta sus dientes. Jones,  en completo silencio, saca de un bolsillo un dólar para pagar su whisky, y del otro, una pantalla de papel).

JONES (a Gonzalez) - Amigo: Mi negocio es el empeño, no los rumores. Lo único que verdaderamente ha llegado hasta mi de toda esta historia, es esta pantalla de papel que Stan me ha dado por las molestias, y que aquí mismo  dejo. (Pausa. A Gonzalez). ¿Sabe que dije a Stanley que haga con el arcón? Dije que lo regalará al primer prostíbulo que encuentre.

Jones se pone en pie, deja el dólar y la pantalla sobre la barra, a un lado de su vaso vacío, y se marcha sin despedirse.

Mientras Rooney intenta convencer a Gonzalez de marcharse, el joven cobrador tiene la vista fija sobre la pantalla. Rooney paga la cuenta y saluda al Barman en nombre de los dos. Toma a su amigo de la cintura y coloca un brazo de Gonzalez sobre su cuello. Lo carga hasta la salida. El Joven cobrador, sin ser advertido por el Barman, guarda la pantalla en su bolsillo, paga la cuenta y sale del bar con apuro. Telón.
Este extracto tiene una importancia ínfima para el desarrollo de la obra, y es fácil imaginar que la  entorpecería de haber sido incluido. Pero sí es importante para la superstición que encierra este  artículo, la cual sugiere que Williams escribió su vida en esta obra. Y es porque en este fragmento en particular, escribió el destino de toda su obra (de la propia vida de un escritor) como legado. Sobre el final, acabaría de la misma forma que el legado de Blanche: la pantalla que atenuaba la luz con la que alumbraba su magia, en la accidentada búsqueda de manos sensibles que la apañen.



Tennessee Williams ha cambiado para siempre la forma de escribir teatro, y ese cambio, llegado hasta nosotros, es la pantalla de luz en las manos del joven con prisa.

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