Entrar en la Selva

sobre La muerte de un viajante, de Arthur Miller


Esta historia sólo es posible si el delirio no acaba junto con la vida, o si al menos puede mantenerse y durar un instante más, al entrar en la selva.


Tomemos al Willy Loman de la película más reciente sobre la obra, al que encarna Hoffman, pero por sobre todo, tomemos al Willy Loman del libro, el de nuestra lectura personal, que es, quizá, al que más conocemos o a quien más próximo tendremos para continuar esta historia. Podemos suponer que tenga la figura del de la película si fuera más cómodo para imaginar. Aprovechamos, entonces, una de las últimas escenas para ver su rostro y las líneas del libro para comprender el por qué está feliz.


Willy - ¡Oh, Biff!, ¡ha llorado!, ¡me ha llorado! ¡Ese chico va a ser algo excepcional!


Willy entiende que su hijo realmente lo aprecia, que siente afecto por él. Y en seguida, ese instante de vértigo que transforma un pensamiento en una emoción, da nueva luz a la ilusión y hace deslizar a Willy Loman a la temida fantasía: esta vez con impulso resbala hacia el final de su tragedia y al comienzo de nuestro relato.
Willy corre tras su hermano convencido de entrar en la selva, y de poder salir de allí con un diamante tangible, duro al tacto. "Alaska" fue siempre la respuesta del hombre que conocía todas las soluciones a todos los problemas. Esta vez su hermano, de blanco y bañado en luz, lo guiaría como no había podido hacerlo antes. Y el muchacho, SU muchacho, lo pondría en un pedestal, ya que le dejaría 20.000 dólares que lo conducirían al éxito. Entonces, al salir de su casa y al poner su Chevrolet en marcha, puede ya visualizar el camino que su hermano le indica tomar. Es sencillo de seguir, porque también está señalizado. Acelera hacia la gran puerta blanca con el nombre "Alaska". Al cruzarla, siente un gran estallido, gritos y quejidos. Pero pronto todo color cobra intensidad y enmudecen los sonidos. El brillo del blanco se incrementa por sobre los demás colores. Willy tiene que entrecerrar sus ojos para ver algo. Distingue estar en pie junto a Ben, y caminando atraviesan un nuevo umbral en que la intensidad de la luz es menor. Ya puede observar el entorno. Resulta tan extraño como familiar: es blanco, como pensaba, y brilla como diamantes, y está su hermano por delante, alejándose, y hace frío. Willy nunca es tan feliz como cuando está a la espera de algo. Pero esta vez no distingue el suelo de lo demás y sus pasos no son necesarios para avanzar. Todo es demasiado confuso: antes que esperar algo, necesita comprender.
A medida que el relato avanza, también, cabe preguntarnos si la ilusión de Willy resiste a la incertidumbre, o si sospecha algo, o si esto lo ayudará a disolver la fantasía que lo recubre. Lo que sabemos es que Willy hace fuerzas para ver Alaska, para estar cerca de su hermano, para continuar avanzando y dejar ese umbral de niebla detrás. Pero todo se detiene, y él mismo se detiene. También la trama se detiene un instante, y no por no tener dónde ir, sino porque Willy Loman ha comprendido finalmente a dónde es que se dirige.


Mientras la niebla comienzan a avanzar detrás suyo, quizá aún tenga tiempo para responder los gritos de su mujer. Se escucha, desde lejos - ya no desde arriba en su cuarto, sino desde abajo - la voz de Linda gritando: "¿por qué hiciste eso? Éramos libres… libres."
Willy piensa y duda. Quizá se le ocurra qué responder antes que la niebla gane su figura. Quizá entienda qué es lo que ha ocurrido antes que la niebla lo encierre contra el final de esta historia, y se perdone por ello.

FIN


Almendra Bernal

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