Enroque


Sobre el cuento El Embaucador, de Isaak Babel

La astucia de Dyakof, propia de los hombres enigmáticos de los que se sabe poco pero en detalle, no es improvisada ni recién adquirida: cuando desaparece de algún sitio con una frase sentenciosa, se presenta en otro causando la misma sorpresa. Así es que al terminar con la lección al campesino embaucador, poniendo a su yegua en pie, y tras su salida de escena como un prestidigitador, reaparece en la sala del estado mayor, presentándose ante Sch. juntando los tacos en tono de farsa.
- Comandante del Estado mayor - dice fuerte y claro el del mostacho gris cortando su cara roja, - lamento interrumpir sus pensamientos.
Sch, con el rostro iluminado por mirar por la ventana, no se asombra al escucharlo. Dirige su vista hacia él como captando la continuidad de la escena, y le dice: - Diakof, es una suerte para nuestro ejército contar con las irrupciones de hombres valiosos como usted. ¡Haga el honor de beber conmigo!
Se sientan a ambos lados del escritorio. Mientras Sch. sirve el bodka, Dyakof observa frente a él un juego de ajedrez posado sobre un vértice en la gran mesa repleta de mapas de Rusia y de Polonia. Los mapas, plagados de escrituras y de símbolos absurdos, no encierran la magia de esas tierras sagradas y apenas difieren sus colores cuando les da el sol poniéndose, o cuando se alumbran con una lámpara de campaña, como en ese momento. Por eso es que Diakof prefiere observar el tablero de juego al empuñar su vaso pequeño, y aun mientras lo bebe súbitamente. Por eso mece el vaso en el aire y parece reflexivo al menos durante unos segundos.
- Desde el comienzo los caballos son pocos - dice apoyando el vaso en el brazo de su silla.
Sch. lo mira a los ojos, interrogándolo, pero los suyos aun están sobre el ajedrez. Cree advertir que hablaba del juego. De todas formas aguarda en silencio.
- Aún cambiándoselos a los campesinos, Señor.
- ¿Qué insinúa, Diakof? - repone Sch. monocorde.
- Sobre el ajedrez, que menosprecia el poder de una caballería. Y sobre nuestro combate, Señor, que no contamos con los hombres ni con los caballos suficientes para salir victoriosos.


Cuando la astucia confronta con el pensamiento metódico y la reflexión profunda, sale  ilesa sólo por cortesía. Así, pues, Sch. invita a Dyakof a comprobar su mal tino:
- Le mostraré, Dyakof, las verdaderas relaciones entre el ajedrez y la guerra si acepta una partida conmigo.
Ahora despejan el escritorio, con excepción de los mapas que sólo son enrollados, y ubican el tablero en el centro. Sch. da al otro las figuras blancas y Diakof hace el primer movimiento. De allí en adelante, será victoria del estratega.
- En esto, - explica Sch. -, el ajedrez se asemeja a la guerra: si el comandante es novato, basta con ver su primer movimiento para saber a dónde se dirige con su frente, siempre que puede avanzar realmente.
El rostro de Dyakof se petrifica para no enseñar sus pensamientos.


Cada jugador mueve 4 veces sus fichas en un completo silencio que rompe nuevamente la voz de Sch.:
- Aquí también hay una similitud entre ambos. Si el comandante es astuto intentará adivinar los movimientos de su rival, como usted hace; pero siempre que su oponente se lo permita.
Por primera vez en la partida, Dyakof levanta la vista del tablero para observar a su contrincante.
- Habrá notado usted que aún no me referí a las fichas, querido Dyakof, sólo a quien las mueve. Y esto tiene una explicación simple: si uno juega al ajedrez únicamente con sus queridos caballos, puede perder el juego. Pero si uno comanda el Ejercito Ruso sólo como un jinete, por mayor que sea la astucia con la que cuenta, perderá la batalla, y muchos de sus combatientes no servirán a la siguiente. Eso es algo más grave y tan sólo la primera diferencia -.
Sch. separa el tablero a un lado del escritorio y extiende sobre la mesa dos mapas de diferentes colores que sostiene en sus extremos con ambas manos. Continúa: - La segunda, querido amigo, es que en una guerra como esta, los dos bandos no tienen las mismas figuras, ni la misma cantidad. No obstante, se desarrolla en varios tableros y en diferentes batallas -.
Sch. se pone en pie y firme. Con las manos aun sobre el escritorio pronuncia como una orden:
- Resista con su frente el avance polaco y aguarde la llegada del victorioso resto del Ejercito Rojo. Han triunfado en la Guerra Civil, y vienen en camino las tropas necesarias para atravesar el puente polaco, con la revolución bolchevique, hacia el frente occidental.


La sorpresa de un hombre acostumbrado a dar sorpresas es muda. Dyakof se levanta y contesta como un soldado raso al comandante del Estado Mayor. - ¡A la orden, comandante!

Ángel Ermida con Ache

Comentarios