En un Principio

 Sobre el génesis...

“En un principio (si es que existió tal cosa) Dios creo las leyes newtonianas de movimiento, la maza y la energía necesaria”. Albert Einstein.

Un día un accidente fue confundido con un milagro.
Estaba yo ubicado en exacto equilibrio (o procurando equilibrio) en un asiento independiente del colectivo de la línea 168, que a esas horas de la noche era “el único que me llevaba”. Se dirigía conscientemente al barrio de Balvanera, por un momento ínfimo, en línea recta y con velocidad constante. La irremediable cercanía de mi rostro a la ventanilla hacía que cualquier cosa en la que pensara durante ese viaje estuviera relacionada o afectada por el exterior: en el preciso instante que intento graficar, el escenario era el barrio de Constitución.
Luego de ver cómo un hombre cercano a una esquina le convida un encendedor a uno mucho menor, el que dio calor a una lata de la que salía un tubo por el que aspiraba, se presentó la paradoja: el viento suave e imperturbable que entraba por la ventanilla en sentido contrario al del móvil fue superado por otro de mayor intensidad y con otra dirección. Tal vez porque el colectivo redujo su velocidad o tal vez porque lo hizo el mismo barrio de Constitución, el viento más cálido y más complaciente acarició mi cara y movió irónicamente mis cabellos. Los pocos que aun conservo. Y las ramas de varios de los árboles de esa calle, de la que lógicamente no recuerdo el nombre, tiritaron por el escalofrío. Mi colectivo se detuvo totalmente, contando incluso con la completa ignorancia del colectivero sobre el tema. Al detenerse pude contemplarlo todo: con el soplido de este viento, las hojas apenas entradas al otoño de un árbol en particular, que no distinguí pero que adiviné, se desprendieron festejando el vuelo. Amarillas, verdes y marrones, decoraron esa escena extendiéndose por todo el campo visual, como abriendo un primer capítulo de una historia para contar. Lo trascendente fue que una, la menos indiferente a mi percepción de esta situación, rozó mi cien: me tocó. Cuando mi reflejo avisó y quise agarrarla era tarde. Volvió a confundirse con las otras y, creo yo, porque no lo he visto, cayeron dudando todas al piso.
Recién hoy, una semana después y tras decenas de conversaciones al respecto, pude darme cuenta que no fui parte de un milagro sino testigo de un accidente. De haber recogido la hoja, hubiera sido el principio de mi nueva fe.

Carlos Dodson

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