Tomar distancia

Sobre la distancia.

Sería tomando como referencia a un individuo con experiencia en estos asuntos, como Dante Alighieri, quien intentó hacer una novela y terminó por crear toda una verdad, que podríamos determinar la distancia real entre este mundo y los siguientes. Claro que existirán los exigentes que dirán que esa distancia es relativa, y que estará basada en el comportamiento de cada uno de los seres humanos: unos irán al cielo, otros al infierno. También habrá controversia por el tamaño del alma: se sabe que quien es bueno tiene el alma grande, y esto le será más o menos útil al momento de partir, pues constar con una masa o un volumen determinados, dependiendo qué se entienda por alma, influirá directamente en la ecuación de movimiento de los seres que se dirigen al espectro luminífero o al fuego eterno.


Resueltos estos dilemas por fin podríamos obtener una estadística del comportamiento de un universo de personas que nos hiciera quedar no muy mal. Particularmente podríamos valernos de los representantes más notables de ambos universos (cardenales y jevi metals). Obtendríamos un promedio bien ponderado y actuaríamos en consecuencia directa, relacionando éste con la historia de Dante de manera proporcional.

Si quisiéramos, luego se podría determinar la velocidad media del viaje de cada uno de los seres humanos en transito midiendo, por ejemplo, el tiempo de agonía de algún pariente cercano no muy valioso para la familia y con voluntad de revertir su imagen, que se ofrezca a la horca. Experimentalmente más adecuado sería probar uno mismo, pero sabiendo lo difícil que parece ser retornar de este viaje, los riesgos de la investigación no justifican las ansias de exactitud del rigor científico que determina todas nuestras intervenciones.

Por eso, así vaya al Cielo o al Infierno, parece claro que por el momento el Hombre no puede determinar con plena exactitud la localización de estos mundos imaginarios con respecto a las geografías que rigen nuestras vidas. Será cuestión de esperar pacientemente el dichoso final de la eternidad del tiempo y el espacio, o el deseoso principio de tal cosa para quienes no se han dado cuenta en esta vida.


Prometo que en un futuro no lejano intentaremos verificar la veracidad de este mundo, contrastándolo con lo que sabemos de los otros, de manos de grandes aventureros y psicóticos.

Ángel Ermida con Ache

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