Paradoja

Sobre el tiempo.

Citaba en voz alta frases de sus propias notas a cerca de lo absurdo que le resultaba hablar del tema con miembros de la Facultad, aun más absurdo que hacerlo con gente que lo maneja sin profundidad. Un instante después recordaba cómo, al visualizar los momentos vividos en su niñez, podía modificar los recuerdos o actuar en ellos de diferentes maneras, diferentes a cada nuevo mismo recuerdo. Y ya pensaba cuánto influía esto en sus días, hasta el punto de modificar aspectos de su presente, modificando aspectos de su pasado. Fue Rey, y era esclavo de su ambición:
- ¿Pensaré?, es decir: ¿el otro pensará igual que yo? - se preguntó mientras, bien dispuesto, aguardaba el sable. -¿Recordará recoger a nuestra hija por el colegio?-.
No creyó que sí o que no. No llegó a creer, pues el ardor en su cuello fue el límite para su pensamiento y el filo de la gran espada separó su cabeza de su cuerpo. Antes, justo antes, vio una pila de cadáveres idénticos a él a su derecha.

La antigua civilización que lo recibió y le dio muerte aguardaba con ansias que el infinito monstruo apareciera nuevamente, pidiéndole a su Dios que la serie terminara para derrocar a su joven y extraño Rey. Cercanos al altar de los sacrificios, los más viejos y sabios pobladores silenciaban los impacientes corazones nuevos encargados de recibir a la próxima visita.
Miles de años después renacía el monstruo en su seno materno, y construía nuevamente la máquina de viajar en el tiempo, y se metía dentro, y viajaba. Ahora, aparecía el siguiente: el número par de la serie. Diría provenir del futuro e insistiría en no revelar hechos posteriores para no generar paradojas. En el mismo idioma que la antigua civilización, intentaría contarles a los ancianos de la ciudad sus propias historias sólo por ellos conocidas hasta entonces, con el propósito de agradar y generar un espacio para la investigación. Así, por lo menos, lo había anticipado el monstruo recién sacrificado. Ese hubiera sido su primer cometido.
Llegó y se lo escuchó, pero esta vez no se lo adoró, no se lo persiguió y huyó, como sí había ocurrido con el anterior. Lo dirigieron al altar y se le mostraron los cuerpo y sus cabezas tal como habían acordado con el recién sacrificado. Le advirtieron que no intentara engañarlos ni volver, puesto que sabían que el Rey, el sacrificado y él mismo tenían idéntico rostro y ambiciones.
Volvió a su máquina y a su tiempo. En su escritorio sonó la alarma y recordó buscar a su hija por el colegio.
Al llegar de nuevo a su casa no podía dejar de pensar en lo sucedido. La segunda vez que usó la máquina fue la última para él. Retrocedió aún más en el tiempo de lo que creía necesario para poner fin al escándalo y a la pila de cadáveres. Anticipó todo a los ancianos, algunas cosas le habían dicho ellos mismos, y así captó la atención; otras cosas sabía sólo él: - volveré en algún tiempo y seré Rey por enseñarles algunos conocimientos impensados. Seré derrocado por mis ambiciones. Seré perseguido y huiré de nuevo a mi tiempo. Luego de atravesar por todo esto he vuelto a la antiguedad para aclararlo todo y ser sacrificado, pues supe que renacería en mi propio tiempo. Pero no es suficiente para acabar con la paradoja: me han matado más de una vez. Renací siempre en el futuro, en otro punto en el tiempo. He vuelto aquí tantas veces como cuerpos pueden apilarse. Yo mismo he visto mi cadáver y, advertido por ustedes he vuelto a mi tiempo. Ahora estoy aquí para terminar con la serie -.

Volvió a su presente y oyó la alarma en su escritorio y recogió a su hija por el colegio. De regreso a su casa la niña se lo quedó mirando fijamente durante un buen rato. Al bajar del auto y antes de entrar a la casa, la pequeña le enseñó una fotografía en su libro de historia: una vasija con el supuesto rostro de un  Dios de Aztlán, algo que estudió ese mismo día en la escuela.
- Están bien parecidos ustedes -, le dijo sonriendo y corrió a la casa.
Son incontables los sacrificios que se llevaron a cabo en aquella civilización.

Almendra Bernal

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