Un Hombre de Su Rey
Sobre la disconformidad. Cualquier persona de la que se rodeaba lo consideraba insignificante, pero nuestro hombre, ignorando esa conducta por descuido o ligereza, tomaba muy enserio su labor y su existencia: la voz de su Rey era palabra divina, y para él, también era su mandato. Con delicadeza probaba a diario del manjar de sus comidas, bebia de su vino y saboreaba sus frutas. Con paso leve y sentidos alerta recorría sus jardines y las habitaciones de su palacio, sintiendo cargar en sus espaldas la incómoda presencia de la escolta real. Pasaba el día envuelto por la riqueza más extrema y las personas más influyentes de su época, sin embargo, al volver a su casa encontraba sólo a su mujer y se enfrentaba a una pobreza. Ajeno también a este contraste, era el hombre más a gusto sobre esas tierras: jamás llegó a desear algo que no tuviera, y claro que nada tenía. Jamás, hasta que un día despertó con deseos de volver a comer las uvas que había probado en el plato de su Rey. Antes que e